Las Salinas Y La Sal

La toponimia del lugar: O ULLÓ y AS SALINAS

La toponimia es la ciencia que estudia el origen, la historia y la significación de los nombres de lugar. Los lugares donde se extraía la sal aparecen en la toponimia gallega bajo la voz común salinas (Las Salinas da Seca en Cambados o As Salinas en la Illa de Arousa) aunque también con las variantes saíñas, sinas o siñas (As Saíñas en Ribeira, Noia o Baldaio o As Siñas en Mougás (Oia). En Portugal reciben también el nombre de Marinhas de Sal.

Ulló es un hidrotopónimo. Su nombre, según los estudiosos, está relacionado con el agua. La comarca luguesa de A Ulloa, donde burbujea por vez primera el río Ulla, tomó su nombre del diminutivo *Uliola procedente de Ulia. Por tanto, Ulló podría proceder de la voz OCULOLU, diminutivo de ojo, también escrito con doble -o (Ulloó) en forma de arcaísmo gráfico presente en la documentación a la hora de referirse a lugar donde nace agua o “junto al lecho fluvial” (ui-on) . Ulló no es término aceptado por el vigente Diccionario de la Real Academia Galega. No obstante, los primeros diccionarios de la lengua de 1858, 1863 , 1873, 1900 o 1926 recogían la acepción de ‘pantano’, ‘embarcadero’, ‘lugar cenagoso’, charco o ‘islote, vado, zona pantanosa cercana la una isla’. La entendían cómo variante de illó, una voz que sí es aceptada en la actualidad para referirse a ‘lugar donde brota el agua en un terreno’ y, por extensión, para terreno muy húmedo.

Imagen de las salinas do Ulló en las que se aprecia su carácter pantanoso

La sal en la Corona de Castilla

Desde la Antigüedad la sal es destinada, principalmente, a la conservación de los alimentos. Era tan importante a la altura de 1564 que se convirtió en un producto estancado, es decir, en un bien monopolizado por la Corona, que pasa a controlar su exportación. Desde tiempos medievales la sal que se producía en la península Ibérica se embarcaba hacia los Países Bajos o el Báltico. En el día a día, esta sustancia cristalina curaba la carne pero también el pescado como la sardina además de sazonar el pan cocido por las panaderas en los hornos de las villas. Era producto circulante de primer interés en la economía desde la Baja Edad Media. 

Trabajadores de una salina en las Marinhas de Aveiro. M. Munné. 1935

La sal: entre leyes y reyes

Como lugares fabricados para su extracción, las salinas interesaron primero a los monasterios (siglos IX-XIII) y, con posterioridad, atrajo el deseo de los reyes (ss. XIII-XIV) por controlar un comercio con exportaciones en crecimiento siguiendo un eje norte-sur. La producción en las salinas meridionales de la península, al mismo tiempo, estaba en aumento, especialmente desde el último cuarto del siglo XIV. La Corona de Castilla comenzó con la imposición de impuestos sobre este ramo después de que Navarra cargara la sal en el siglo XI con el portazgo (transporte) y alvara (producción). Desde el rey Alfonso VII (1105-1157) se regulan los derechos reales sobre las rentas de la sal (1130). Alfonso VIII (1155-1214) pudo arrendar las salinas para abastecer las arcas reales con sus regalías desentendiéndose, en parte, de su gobierno y cuidado. El rey Alfonso X El Sabio concedió derechos de aduana a la sal (1260) de cara a favorecer su importación y el desarrollo de su explotación. Al lado de las salinas, Sancho IV (1258-1295) permitió la creación de alfolíes o almacenes de sal, no expuestos a la supervisión regia y, por tanto, sometidos a la variabilidad local de precios. El Ordenamiento de Burgos (1338) reguló finalmente el comercio castellano-leonés, por ejemplo, limitando los puertos de descarga a las riberas de Viveiro, Ribadeo, Ortigueira o Baiona. A pesar de que Alfonso XI fue quien declaró en 1386 las salinas como patrimonio de la corona, no fue hasta Juan II en 1409 cuando se ordena la creación de estancos oficiales. El contrabando se hizo común y, en tiempos de los Reyes Católicos, se dibujan en Castilla los caminos por los que transportar sal de cara a evitar cualquier desvío de la norma (1498).

El Rey Alfonso X o sabio retratado en el Libro de los Juegos

Salinas y alfolíes: extracción y custodia de la sal

En el siglo XVI, a pesar de que algunas salinas quedaron en manos de la Corona, la mayoría siguieron siendo particulares o municipales, propiedad de ayuntamientos, expuestas a precios variables en su producto y con grandes intereses personales detrás de cada uno de sus almacenes. Poseer puerto y alfolí no significaba buen abasto para la localidad. Desde tiempos de Felipe II (1556- 1598) el consumo de la sal merma al igual que su producción ante el fuerte gravamen a las exportaciones. Las salinas eran labradas solo donde la Corona lo estimaba oportuno por lo que la escasez de sal obligó incluso a las panaderas a intentar amasar con agua salada. Veinte alfolíes custodiaban la sal en el Reino de Galicia en 1566. Eran insuficientes ante la demanda de la época por lo que fue necesario limitar las medidas de venta a un cuarto de fanega (real y cuartillo), media fanega (2 reales y medio) o un octavo de fanega (veintiún maravedís y media blanca).

Dibujo de una salina marítima incluida en la Enciclopedia de D´Alambert e Diderot de 1772

Secretos de oficio

La persona encargada de custodiar y administrar el alfolí o almacén de la sal era el alfolinero. El oficio guardaba secretos sobre el manejo de la sal depositada, que llegaba al almacén en cajones, pisado o atestado, es decir, compacto y espeso. En el alfolí utilizaban palas para sacudirlo o espolvorearlo de manera que ganaban algún que otro ferrado al revenderlo. En O Ulló, los jesuitas de Pontevedra acataron las órdenes recaídas también sobre Sevilla el 21 de diciembre de 1706 para que los vendedores tomaran “la sal medida fanega por fanega echando en ella la sal naturalmente con pala y sin violencia”. A mayores, los hombres que trabajaban en la explotación de la sal recibían el nombre de marnotos, marnoteros, marlotos o salineros. Los cargadores de pala completaban el proceso intermedio entre la salina y el depósito.

Trabajadores de una salina en las Marinhas de Aveiro. M. Munné. 1935

Una salina al fondo de la ría de Vigo

Es posible que el antecedente de las salinas del siglo XVII se encuentre en un señalamiento hecho sobre el lugar de O Ulló a finales del siglo XVI por peritos portugueses. De ser así, sería con posterioridad a los años del hambre de 1574-1575 y de la crisis en el abasto de la sal que hace que los precios de esta sustancia cristalina llegaran a ser de hasta sesenta reales la fanega en la villa de Pontevedra. La carestía en los años treinta del siglo XVII hubo de animar a Antonio Mosquera Villar y Pimentel a solicitar licencia para labrar sal aprovechando su posición como Administrador General de la fábrica de salinas. Tomó tierras en Vilaboa “a orillas del mar, en los arenales y juncales que ban a su creciente”. Antonio Mosquera y su mujer cedieron algunos bienes de su hacienda en 1655 como sostén económico de la nueva fundación de un colegio de jesuitas de Pontevedra. Entre ellos figuraban “los de los sitios del Ulloó destinados para fábrica de salinas” escriturados en 1637 y 1700. Melchor Mosquera, hijo del matrimonio, dio el paso en “fabricar salinas” en Vilaboa amparado por Real Cédula de 1679. Finalmente, acaba traspasando sus derechos en 1694 en favor del Colegio de Jesuitas.

Vista aérea de las Salinas do Ulló

La Granja de los Jesuitas en O Ulló

Los jesuitas acabaron construyendo, a legua y media de la villa de Pontevedra, una explotación agroganadera con sus caballerizas, cuadras, corral o palomar. La granja contaba con residencia o casa principal para el administrador y con casas terreñas para los caseros encargados de “labrar el monte y tierras que en dicho paraje tiene este Colegio”. A su lado mejoraron las salinas beneficiados con una Real orden de 1699 que obligó a “los que tuviesen terrones, tepe y demás materiales” a darlos en precio moderado so pena de quinientos ducados. Los pedáneos de Vilaboa, Santo Adrián y Santa Cristina dos Cobres recibieron de la justicia de Pontevedra en 1710 un salvoconducto para que sus vecinos quedaran exentos no solo como “marlotos y carreteros” sino como oficiales “que asisten a la fábrica de las salinas”.

Detalle de la “lareira” de la Granxa das Salinas
Una de las construcciones de la Granxa das Salinas

Entre 1694 y 1709 los jesuitas debieron invertir en la mejora de la explotación que dividieron y bautizaron como de San Xosé do Ulloó (Gordenla y Freixeiro), A Cruz (Porto Muíños) y San Ignacio (Ulló de Abaixo o de Larache). Esta última, también conocida como Salina Vella (vieja), es posible que fuera la salina original fundada en el siglo XVII por los Mosquera Pimentel. En 1709 los jesuitas excedían ya, a juicio de los vecinos, los límites concedidos para la fábrica de las salinas. Entre 1710 y 1712 adquirieron y canjearon muchas de las tierras próximas con la finalidad de “hacer pieza todas juntas”. En 1726 la presión sobre el espacio de aprovechamiento común del contorno de O Ulló finaliza en un pleito entre los jesuitas y los vecinos de Vilaboa obligados por una sentencia de 1727 a “limpiar el camino real, zanjas y testeras de sus heredades” evitando así cualquier desagüe en las salinas.

O Ulló en el Catastro del Marqués de la Ensenada 

A mediados del siglo XVIII el estado de las salinas era “del todo distruídas”. Desconocemos el valor y la producción de sal en términos generales. Con todo, los beneficios que reportaban al colegio de jesuitas eran muy bajos a juzgar por sus quejas. En 1736 la producción no excedía de doscientas fanegas de sal “quando otras vezes davan de 600 a 800 fanegas”. Los terrenos comenzaron a arrendarse entre los vecinos, tanto para el aprovechamiento del junco como para el pasto. La producción de la sal de O Ulló decayó al mismo tiempo que la bonanza llegaba a las salinas andaluzas y del levante español coincidiendo con una nueva organización de la renta de la sal o de tentativas por mejorar su producción. Con motivo de la realización del Catastro del Marqués de la Ensenada (1749-1754), en búsqueda de reestructurar la Hacienda Pública de la Corona de Castilla, el Interrogatorio General de Vilaboa, San Adrián y Santa Cristina dos Cobres (1754) testimonia el funcionamiento de la última de las salinas “a la orilla de la ría de Redondela que vaña aquel sitio”. No producían sal desde hacía, por lo menos, treinta años “por la demasiada fuerza de la mar y su mala situación”.

Detalle de Vilaboa y sus salinas en un mapa de la Ría de Vigo de 1752

Algunos labradores de las parroquias próximas se emplearon en las salinas cómo “medidores de pala cargada”. Es el caso de Ángel de Novas, Francisco Carrera o Gerónimo Conde, naturales de Vilaboa. Cobraban ciento cincuenta reales al año. De Santa Cristina procedían Pedro Garrido y Manuel Filgueira, ambos con sueldos menores, entre los cincuenta y los cien reales. Como marlotos o fabricantes de sal se empleaban también Francisco Pérez, Joseph Conde, Antonio Conde, Antonio del Río, Silvestre de Acuña, Miguel de Acuña o Antonio Rodríguez de los Cobres que percibían un sueldo de tres reales y diez maravedís al año segundo la sal fabricada por quinquenio.

O Ulló ante la exclaustración

En 1767 el rey Carlos III promulga una pragmática sanción que expulsaría del territorio de la Corona a la Compañía de Jesús después de ser acusada de participar o instigar el Motín de Esquilache. Sus bienes fueron requisados y pasaron a formar parte de la Real Hacienda. 

En el momento de la exclaustración, los bienes de Vilaboa estaban arrendados en las manos de Francisco Pérez y de su mujer Jacinta del Río. El proceso de liquidación de los bienes, en manos de la Junta de Temporalidades, comenzó en 1783 con la celebración de subastas públicas que quedaban desiertas para la granja de O Ulló dado su estado de abandono, la baja productividad de sus tierras y la pretensión de los vecinos de Vilaboa por recuperar unas tierras que consideraban “del común” como eriales de su parroquia.

Por aquel entonces, el valor de venta de los bienes de San Martiño de Vilaboa ascendía a los 10.000 reales, mientras que el valor de su renta era de apenas 72 reales. El alfolí que “servía para introducir la sal que se hacía en las salinas que están inmediatas quando tenían uso” estaba “arruinado enteramente por estar contiguo al mar”. Las Salinas Vellas de Larache, para entonces, presentaban un terreno “predominado de la mar que le vaña diariamente”. Entre 1783 y 1793 nadie se quiso hacer con la propiedad por mucho bando que se pregonara en Pontevedra, Tui, Vigo o Vilaboa.

Carlos III era rey de la Corona de España y del Reino de Galicia en 1767, cuando decretó la expulsión de los jesuitas. Óleo sobre lienzo pintado por Mariano Salvador Mella en 1783

La ruina de O Ulló en la segunda mitad del siglo XVIII

En Galicia el clima jugó en contra de la explotación salinera. Las cuantiosas lluvias de 1763, 1768 o 1769 provocaron que las crecidas acabaran con la banca del sur, arruinada en 1786 a pesar de su grueso muro de piedra y paramento, a manera de tepe o terrones aplastados, que le servía de contrafuerte o malecón en forma de talud. El casero de la granja, Francisco del Río, dio cuenta a las autoridades como “en el día cinco del presente mes que corre [diciembre] amaneció la banca de las salinas arruinada y destruida la más de ella en parte con boquetes que caben dos o tres carros a par” . Las “fuertes tempestades de vientos y aguas” experimentadas entre el cinco y el doce de diciembre de 1786 convirtieron el mantenimiento de las salinas en “obra costosa”. Así lo declaró el cantero Pedro Candendo, natural de Santa María de Mourente (Pontevedra), al inspeccionar cómo con las subidas de la marea la inundación del complejo era total.

Auto ante la Real Junta Municipal de Temporalidades sobre la destrucción de la banca de las Salinas do Ulló a causa de las tempestades. 1786-1788

Una casera en pie de guerra: Manuela Pérez

En septiembre de 1788, Manuela Pérez, viuda de Francisco del Río, casero de O Ulló, se quejaba de la inutilidad de los pastos ante la inundación del terreno por causa de la banca rota. Sin producción alguna, venía pagando por aquel erial de pasto, cada año, cincuenta y cinco ferrados de maíz y veintidós y medio de ciento. A ellos se sumaban seiscientos reales en dinero. “Muger pobre y castigada de familia” rechaza la renovación del arrendamiento a no ser que le redujeran los pagos debidos. Estaba dispuesta “a dejar los bienes y se marchaba por el mundo aunque fuese pidiendo una limosna”. Cuando en 1789 Manuela abandona O Ulló, a pesar de reducirle en la renta cuatrocientos reales, nadie se quiso hacer cargo de la granja. La ruina estaba asegurada. Los vecinos de Vilaboa, siendo pedáneo Domingo de Novas, comenzarían a trabajar las tierras.

Plano de la Ría de Vigo y las lslas de Bayona. Año 1788

El desamparo de las Salinas: el largo siglo XIX

En 1814 el maestro escuela, canónigo de la catedral de Santiago y prior de Santa María de Sar, don Pedro de Acuña Malvar (1755-1814), natural de San Martiño de Salcedo, dejaba en testamento su deseo de que “sí bolbiesen a estos dominios los jesuítas se les restituirá toda la posesión que tiene S.Y. en el Ulló de Villaboa”. El viejo esplendor se redujo a salinas inundadas por completo, los establos derribados o las edificaciones, como la casa, “deteriorada de bentanas y cristales desde los franceses”. Los jesuitas pudieron retornar en 1815 pero no lo hicieron. Las fuerzas políticas del Trienio Liberal (1820-1823) los volverían a expulsar de España.

Expediente de medición, tasación y deslinde de la Quinta das Salinas, cuando eran propiedad del marqués de Arana

Entre 1842 y 1880 El Ulló fue propiedad de doña María Fernández Molina, viuda del catalán D. José Villoch. A su muerte se divide en dos partes, una adquirida en ocho mil reales por vecinos de Vilaboa y otra en manos de don José Nazario de Arana y Ageo de Zaragoza, Marqués de Arana. Ambas partes son unificadas por este último en septiembre de 1880. El marqués fue el propietario hasta su muerte en 1887. Con todo, la Granja era cuidada por caseros y administradores que residían en O Ulló durante todo el año. Aprovechando sus ausencias, los vecinos de Vilaboa accedían a la propiedad para aprovechar el argazo “que deja el mar en sus crecidas”. Sobre el muro de la banca tendían las algas a secar al “rocío de las salinas” antes de proceder a su transporte en carros cara las fincas donde servían de estiércol.

Una segunda edad de oro a finales del siglo XIX

A lo largo de la década de 1870 el Marqués de Arana, propietario de O Ulló, pretendió convertir las tierras de la granja en viñedos y sus montes en sotos o pinares. El juncal abandonaría el junco por el sauce “cuyas plantas además de producir buenas maderas para los viñedos de parra absorben lana humedad del terreno”. Pretendía sembrar maíz. Las reformas llegaron también a la casa y sus construcciones anexas. En la reforma de la chimenea, por ejemplo, se desoyeron las indicaciones que el Marqués de Arana había dado por escrito en 1874:

“respecto a la reparación de la chimenea en la casa principal apoyándola sobre otra columna, estoy conforme en que pueda desacerse toda la parte de mediodía desde el mismo tejado hasta los cimientos excepto lo que coge la caja de la misma chimenea y convendrá que la columna que se ponga en el ángulo donde hoy está la pared que sea parecida a la que existe en el otro, a no ser que el peso exija mayor grueso” 

El primero de mayo 1874 el cantero de Vilaboa Isidoro Núñez se comprometía, en un plazo de cuarenta días, a la ejecución de la obra tasada en cinco mil cuatrocientos noventa y cinco reales. 

Sabías que…?

La bodega de la granja, en las obras de 1874, fue adaptada para la instalación de una prensa de uva industrial, de hierro fundido, llegada desde la fábrica de Pamplona de Pinaqui y Sarvy. El Marqués de Arana argumentaba, en una de sus muchas cartas que, poco a poco, quedarían “abolidos los lagares” (Zaragoza, 1874). Las novedades llegaron incluso a la propia intervención, empleándose por primera vez “un aparato para barrenar piedra, publicado en Francia por Mr. Laferrier que abrevia y facilita el trabajo”.

Los caminos de A Granxa

Desde 1877 la granja mejora también su accesibilidad por el camino de Porta Muíños, dotado de mejores paramentos, zanjas para desagües o alcantarillas en piedra a lo largo de su trazado. Los carruajes llegarían, según el perito pontevedrés don Francisco García Castro, a “una de las mejores zonas que constituyen el valle de dicho término”. O Ulló se abría al Atlántico abrigado de los vientos del oeste y del noroeste, a dos kilómetros de las estaciones del ferrocarril de Figueirido y a unos doscientos metros de la vía férrea que, desde 1884, conectaba Vigo con Pontevedra.

De granja de burgueses a proyecto de ingeniero

En los años finales del siglo XIX, el ingeniero francés Felipe Auguste Cazaux, encargado de las obras del ferrocarril a su paso por Redondela (viaducto de Madrid, 1876) o sobre el río Miño en Tui (Ponte Internacional, 1885), se hace con la propiedad de O Ulló. Eran más de cuatrocientos setenta ferrados de tierra alrededor de una casa con oratorio privado en honor de la Virgen, cocina y bodega abierta a una era exterior alrededor de la que se organizaban los cubiertos, el gallinero, las cortes, dos hórreos de cantería (de diez tornarratos), el palomar o la “cochera de los señores”.

Uno de los viaductos de Redondela en los que trabajó el ingeniero Felipe Auguste Cazaux

A la iniciativa de Cazaux se atribuye una de las últimas consolidaciones de la banca del sur (conocida popularmente como A Banca de Casó) así como la construcción de un molino de marea que se destinó a la molienda de cereal y a generar electricidad. Necesitó de un muro de unos 375 metros de largo, entre los dos y dos metros y medio de ancho, con una altura media de 2,5 metros. Cuatro compuertas se encargaban del control del agua que era necesario estancar para su correcto funcionamiento. Un aliviadero, en su estribo derecho, evitaba los excesos. En el ensanche del muro, que llega a los diez metros, unas escaleras permitían bajar a la presa antes de interrumpirse por medio de dos aberturas separadas por tajamar. Desconocemos documentalmente si, en realidad, el proyecto del molino llegó a término, aunque de él sí quedaron las muelas junto a banca de la salina.

Lugar de paso al fondo de la ría de Vigo 

A finales del Antiguo Régimen O Ulló dejó de ser un paisaje de sal. Conservó la categoría de lugar de tránsito y de pasaje, como otras poblaciones gallegas situadas en el fondo de las rías. Su situación estratégica permitió que embarcaciones menores, desde un pequeño embarcadero, sirvieran de “pasage y transporte de las personas que transitan a la villa de Vigo, Redondela y otros parages de aquella ría”. Desde mediados del siglo XIX, el ayuntamiento de Vilaboa emplea como armas municipales “las barreras con tranquilla del extinguido portazgo del Ulló” recogidas tanto en el sello municipal (1839) como en el de Instrucción Pública (1854).

El actual escudo heráldico, aprobado en 1996, se organiza alrededor de un único cuartel de azur con dos torres de plata y en la punta ondas de azur y plata; bordura de gules con una cadena de oro y, al timbre, corona real cerrada.

Detalle da Banca de Casó en las Salinas do Ulló
Scroll al inicio